En el ámbito local, los expertos en educación e infancia intentan evitar los extremos y aportar una cuota de equilibrio en el debate.
"Ni auspiciarlos ni prohibirlos, simplemente necesitamos entender que la distribución de tiempos no puede alojar más presión sobre el aprendizaje y la vida académica. Jornadas escolares muy prolongadas, seguidas de actividades tan atractivas como comprimidas, dejan el día de los chicos sin resto", dijo a LA NACION Susana Mauer, psicoanalista de la Asociación Psicoanalista Buenos Aires (Apdeba) y especialista en niñez y adolescencia.
Desafiada por la pregunta en torno a la conveniencia o no de dar a los niños tarea escolar para la casa, Mauer invitó a realizar un cálculo matemático. "Propongo a los padres hacer una cuenta matemática. Si coincidimos en que un niño menor de diez años debe dormir no menos de diez horas diarias, su vigilia tiene tan sólo 14 horas, de las cuales la vida escolar absorbe alrededor de ocho. Las rutinas antes de dormir arrancan, durante el año académico, alrededor de las 19.30 para chicos que aterrizaron en sus casas, con suerte, un par de horas antes -reflexiona Mauer-. De allí que el interrogante pierde sentido porque, fácticamente, la tarea para el hogar no cabe en el organigrama vital que le estamos proponiendo. ¡Le queda tiempo cero!", concluye enérgica.
Para Mauer, los chicos quedan enredados en una rutina acelerada y sin respiro, "en la que no queda tiempo libre, tiempo suelto, no enjaulado", como decía con mucha agudeza María Elena Walsh.
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