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jueves, 18 de noviembre de 2010

La burla del TDA, otra ofensa para la Infancia y Adolescencia

La burla del TDA, otra ofensa para la Infancia y
Adolescencia
Sr. Eduard Casas. Diplomado en Educación Social.
Presidente de la asociación Grup Associat pels Serveis de Salut


Barcelona, 26 de abril de 2008
Una de las últimas modas pediátricas y psico pedagógicas es diagnosticar TDA o
Trastorno de Déficit de Atención. Los chicos, que no acaban de adaptarse al caduco
sistema educativo y a un ritmo de vida familiar donde se reduce, sobretodo, el tiempo
de compartir en familia, son sus pacientes TDA.
Esta fantasmagórica enfermedad mental, sirve de nuevo como coartada para no
cuestionar la perversión de un sistema que boicotea el verdadero nido de salud y de
educación, que debiera ser el seno del hogar. En su contra, lo que se hace es etiquetar
a muchos niños y niñas como enfermos, cargándoles con un estigma impropio, donde
pasan de ser víctimas de una dinámica degradada a protagonistas de una
desadaptación. La cual no deja de poner en evidencia que la estructura del actual
sistema de vida daña a los propios hijos.
Con tal diagnóstico se abre un nuevo filón para medicalizar aún más a la infancia y a la
adolescencia, pasto de ávidas farmacéuticas confabuladas con sus comerciales,
conocidos como pediatras, hecho que ya advirtió el Dr. Robert Mendelsonh (pediatra)
en su libro “Como criar un hijo sano… A pesar de su médico”. Y, por otro lado, ya
denunciado en instancias europeas por Juan Pundik, presidente de la Plataforma
Internacional contra la Medicalización de la Infancia –a raíz del debate provocado por la
autorización para la administración de Prozac a niñ@s.
Aún no hace muchas décadas, estas etapas de la vida se respetaban en el sentido de
no interferir con todo tipo de drogas o psicofármacos. Sobretodo porque no se conoce a
medio ni largo plazo el perjuicio que causará tanto físico como psicológico esta forma
de proceder. También por la confianza en la capacidad curativa de los chicos mediante
su autorregulación natural.
El Trastorno por Déficit de Atención es una enfermedad sobretodo del sistema socio
económico y educativo establecido y, de una forma burda, se proyecta a la infancia y
adolescencia. Se puede entender que la falta de concentración e hiperactividad que se
atribuye a los chicos, -en caso de que realmente lo sea y no una diferencia aceptable
de la particularidad de los individuos-, es una consecuencia de que desde muy
tempranas edades:
1- Se está dividiendo sistemáticamente la atención que se les da. Un padre o
madre por uno o dos chicos, con un vínculo de cercanía y de afecto superior al
que podrá ofrecer nunca cualquier maestro o monitor, sería la situación idílica y
natural durante la mayor parte de las horas del día. En cambio, se pasa a un
maestro o monitor para 20 o 25 chic@s. Es decir, se reduce la calidad y la
cantidad de la atención que se les ofrece. Esta situación se convierte en la
normal desde los 6 a los 16 años en la mayor parte de horas del día y cada vez
se está reduciendo más la edad de esa franja, incluso se escuchan voces que
desean la institucionalización educativa obligatoria de los 3 a los 6 años, incluso
de los 0 a los 3. La sexta hora en las escuelas es otro ejemplo de una tendencia
que no favorece el cada vez más excepcional encuentro familiar. Ese el
verdadero déficit de atención que se diagnostica a los hijos, los cuales no son
más que un reflejo de ello. Entiendan que las instituciones educativas, ya sean
de carácter formal (como la escuela) o de carácter informal (actividades
extraescolares) no suplirán los mínimos cualitativos y cuantitativos de atención
que deben ofrecer los padres.
2- La homogeneización de los niños, de su actividad y de sus centros de interés, se
dramatizan y se convierten en patologías cuando no coinciden con la comodidad
de maestros, sistemas y familias que desearían “otros” caracteres y actitudes
sumisas a ellos y a sus intereses.
3- Por otro lado la falta de concentración apunta a una consecuencia de la
sobrecarga de actividades, currículums académicos, escenarios y adultos de
referencia a la que se somete a nuestros hijos. Los cuales debieran, según el
último premio Grewemeyer, Dr. Kieran Egan, dedicarse casi exclusivamente al
juego hasta los 8 años, momento para empezar las cuestiones de alfabetización,
ya que hasta entonces desarrollan al máximo su potencial creativo e imaginativo .

En consecuencia, se producen fenómenos curiosos al respecto de tanto desati no:
a) Se emite el detestable mensaje a los chic@s de que sus reacciones son el
problema y, en el fondo, de que ellos tienen o que son el problema.
Problematizar a la infancia es una mala inversión de futuro.
b) Se enseña que las dificultades se superan, corrigen y mejoran con el consumo
de substancias: una píldora para cada problema. Lo cual se convierte en una
política sanitaria de la dependencia a los psicoactivos o drogas.
c) Se sigue incrementando el gasto público sanitario en psicofármacos, el cual ya
representa más de la mitad del presupuesto total en temas de salud mental
según la Consellera Maria Geli. ¡Felicidades a las farmacéuticas!
d) Se menoscaba la competencia familiar en cuanto al cuidado, educación y salud
de los hijos, en beneficio de una dependencia a los profesionales, que suelen
diagnosticar todo tipo de enfermedades mentales en tiempos récord.
Finalmente sería interesante, para aquellos padres y madres que deseen una opinión
alternativa, donde se valoren otros factores no enfocados en buscar patologías en sus
hij@s, que valoren cuestiones ambientales y de proximidad emocional con sus hij@s,
pregúntense si están suficiente tiempo con ell@s, tanto los padres como las madres, y
qué calidad de relación tienen con ell@s. A partir de aquí tomen las medidas oportunas.
Porque algunos estamos convencidos, a diferencia de instituciones, profesionales y
autoridades que intervienen cada vez más horas con sus hij@s, de que no existe



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